Guía electoral para pervertidos
Muchas veces mientras he navegado por el internet he encontrado páginas prometedoras, con títulos atractivos y controvertidos. La gran mayoría de veces, luego de acceder con entusiasmo novelesco y sospecha incestuosa, los escritores terminan usando tácticas para seducir la morbosidad del deambulante cibernético que en su aburrimiento cae en los brazos de la prensa amarillista. Debo de admitir mi debilidad; he caído varias veces en sus trampas... El deseo de saber algo que viola la privacidad de una persona o tema oculto para las masas es un deseo del cual nadie está exento; este es el deseo que nos une en una fraternidad que disfruta sobrepasar límites. Sin embargo, el escribidor de un panfleto amarillista ofrece más que acceso hacia un conocimiento esotérico. La trampa de este perverso autor es obviar su ignorancia y prometer la finalidad de este deseo torturador con una respuesta bíblica y pornográfica que selle de una vez por todas nuestra indagación.
Es así como empezamos a discutir esta promesa de una “guía” de votación. El problema es que no tengo una “guía” compuesta de parámetros para definir el mejor resultado electoral. Más bien lo que propongo es un análisis del concepto de “guía”. No solo del manual de instrucciones, sino del “guía” que pretende liderar una comunidad. Por un lado, tenemos a “guía” (femenino) como manual; por el otro lado, “guía” (masculino) como líder. Ambos conceptos están unidos entre sí; ambos prometen guiar nuestro comportamiento; sin embargo, el espacio que separa a ambos es el objetivo de este análisis. La respuesta de quién es un buen candidato nos apunta hacia la diferencia entre “guía” y “guía”.
Guía como líder, es prácticamente quien dirige y marca el camino a seguir en el corto y largo plazo de un grupo de personas. Es a través de un líder que el orden social es posible. Sin embargo, quién es buen líder es el objetivo de nuestra búsqueda. De cierta manera, la respuesta es simple: un buen líder es quien sabe escuchar las necesidades del pueblo. Esto es algo que hemos escuchado varias veces. El problema es saber cómo escuchar al pueblo.
Es aquí donde “guía” y “guía” vuelven a encontrarse en la distancia. Como verán, un buen líder ve en su pueblo “una guía”. El líder ideal es quien encuentra en su gente una “guía” de instrucciones a ser interpretadas; es quien retorna su mirada hacia el pueblo para escuchar nuestros deseos y hacerlos cumplir. Sin embargo, la multiplicidad de voces hace de su escucha un inaudible bullicio. Por esta razón, la organización política emerge con una línea ideológica que finalmente interpreta lo que se debe hacer. El guía, de esta forma, está subordinado a la “guía” del partido, el cual se anteponen a la particularidad de cualquier individuo que quiera ser su representante.
El problema es cuando la diferencia entre “guía” y “guía” es disuelta en la figura de un caudillo que pretende ser el guía y la guía de nuestras vidas. Esta figura hermafrodita enmascara su otredad con una virilidad fascistoide de absoluta omnipotencia y omnisciencia que no necesita escuchar segundas opiniones ya que cree conocer el deseo de los otros. Este embaucador piensa ser capaz de todo, cubriendo su dependencia y subordinación de su partido político. Como el escribidor de un artículo amarillista, este perverso líder encubre sus carencias y nos promete una respuesta absoluta y obscena de lo político para lapidar nuestro deseo de organización política.
No existe guía que determine al mejor candidato, pero lo que sí podemos observar es la lealtad de estos candidatos con sus “guías”. El pueblo y el partido son últimamente las guías de los políticos quienes siempre regresan para saber cómo actuar mejor. Más allá de cualquier ideología política, un buen guía es el sirviente de una guía. Por esta razón, el ocultamiento de sus guías es una perversa trampa mortal en el momento electoral.