¿Y ese lapizote?
Su aceptación de no ser ese salvador absoluto de idiosincrático intelecto evoca una candidatura que sabe muy bien que no es nada sin su pueblo (y sin su equipo técnico). Esto es algo que los demagogos autoritarios no pueden aceptar.
Faltando solo un día para el voto definitivo, aún no es claro el panorama político. La prensa ideologizada desde su macartismo nos pinta un conflicto entre extremos, entre el continuismo democrático y el totalitarismo comunista. Sin embargo, los que han estado siguiendo esta campaña electoral se habrán dado cuenta que esta no es una batalla de ideas, entre derecha e izquierda, sino una disputa de identidades. El fujimorismo, con su constitución neoliberal del 93, contra los excluidos de este modelo económico.
A la derecha tenemos a una candidata que—más allá de ser la causante de la vorágine política que sufrimos hoy en día—representa para sus simpatizantes el legado de su padre, o a lo mucho (si queremos ser gentiles) la reivindicación de sus excesos. De esta candidata sabemos mucho, no es la primera vez que pasa a segunda vuelta. Sabemos de sus lazos con la corrupción, de su lavado de activos, de sus conexiones con el narcotráfico y, más que todo, de su sed por el poder. Lo que no podemos negar es que Keiko es una veterana en la política. Aún con las manos sucias, es innegable su experiencia con el poder; algo que su contrincante no puede arrogarse.
A la izquierda tenemos a Pedro Castillo, el hombre del lápiz, el del sombrero chotano, también conocido como Peter Castell, un maestro de escuela rural y líder magisterial. De él se sabe poco, muy poco. Sabemos de su pasado y de cómo, en comparación con su rival, puede jactarse de tener las manos limpias. Pero lo que no sabemos es sobre su experiencia con el poder. Muchos ven esta falencia como factor determinante para no darle su voto. Sin embargo, en vez de ser un defecto, esta carencia es su recurso más poderoso.
Desde George Forsyth con su gorra de outsider hasta López Aliaga con su espíritu “animal” llamado Porky, los políticos que más popularidad han obtenido son los que atacaron desde afuera de la política, desde la exterioridad de la “mismocracia”. Pero solo uno pudo representar auténticamente este sector excluido de la sociedad. No era una gorra, sino un sombrero chotano lo que verdaderamente representaría a esa facción del Perú profundo, donde las contradicciones de esta nación yacen latentes desde su fundación.
Desde las afueras del formalismo criollo, el sombrero chotano de Pedro connota gran simbolismo. Con esta indumentaria, Pedro no necesita disfrazarse entre los diversos pueblos del Perú para ganar autoridad moral. Él es lo que es porque no lo es, y eso los excluidos del sistema reconocen sin dubitaciones. Este objeto no le otorga gran estilo de moda. Al contrario, este sombrero representa una carencia como identidad, un error del buen vestir criollo. No obstante, gracias a esta incongruencia estilista, su ridículo sombrero adquiere el poder simbólico que muchos políticos quisieran poseer.
Muchos trataran de copiarlo pero esta no es simplemente una indumentaria a ser fácilmente plagiada. Este sombrero resiste su descontextualización. No puede ser separado de su portador porque es Pedro desde su idiotez la esencia de este dispositivo simbólico. Con idiotez no me refiero a una carencia cognitiva o intelectual, sino a esa falta de verborrea que muchos políticos utilizan para seducir a las masas e imponer su voluntad. Pensemos cómo Alan con su gran locuacidad guiaba a todos a su alrededor para satisfacer su ego y nada más que su ego. Castillo es lo opuesto a Alan en este sentido. Su único capital político es su identificación con el pueblo que él representa con un gran lápiz en la mano.
[Cabe resaltar cómo el símbolo centra de Perú Libre, el lápiz, representa exactamente la candidatura de Castillo. Para el partido, el lápiz simboliza la educación y nada más. Sin embargo, no podemos evadir su connotación fálica. Todos lo han notado y los memes no dejan de hablar de eso. Desde una perspectiva psicoanalítica no es absurdo relacionar el falo con la educación, ya que ambos representan un poder que solo puede ser obtenido si uno acepta su castración simbólica. En el caso político, un presidente electo solo puede convertirse en el padre de la nación cuando acepta que es un simple represéntate del pueblo. Para Castillo, esto es claro. Su aceptación de no ser ese salvador absoluto de idiosincrático intelecto evoca una candidatura que sabe muy bien que no es nada sin su pueblo (y sin su equipo técnico). Esto es algo que los demagogos autoritarios no pueden aceptar.]
Castillo, con su sombrero chotano, es un ventrílocuo por el cual millones de voces niguneadas pueden expresar su voluntad. Y así, mientras tenga el sombrero bien puesto, los “nada” sabrán que están representados desde lo más alto del poder.
Pero la pregunta del millón es la siguiente: ¿seguirá usando el “sombrero” si fuera elegido? No podemos saber lo que pueda pasar en el futuro. Pero podemos tener claro que cualquier corrupción de su liderazgo emergería por su desvinculación con su rol representacional. En el momento en el cual deje de ser un simple representante del pueblo, Castillo se habrá sacada el sombrero para convertirse en un simple individuo más usurpando el poder del estado con sus intereses privados. Pero si de Castillo tenemos dudas, de Keiko tenemos certezas.