El paro, la insurgencia y la violencia sistémica
Nuevo año, nuevos disturbios. Así nos sorprende el 2021.
Durante estas semanas hemos observador en las noticias diversos brotes de violencia. En el Perú, las protestas del paro agrario que han arremetido contra el orden económico y político de las grandes agropecuarias se manifestaron violentamente entre protestantes, infiltrados y agentes del orden. La bomba del tiempo de este tumulto estalló con la muerte de tres personas, entre ellas un adolescente de 16 años quien, según informan, no participaba de las protestas. Por el otro lado, en los Estados Unidos ocurrió uno de los eventos domésticos más violentos y antidemocráticos de toda su historia republicana. Los simpatizantes de Donald Trump, luego de ser incitados por su divino líder, asaltaron el Capitolio para detener a los congresistas reconocer formalmente al electo presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden. Al igual que las protestas en el Perú, la violencia no fue ajena. La insurrección de extrema derecha dejó cinco muertos, entre ellos un policía que fue embestido con un extintor. Sin embargo, ¿podemos clasificar a estas dos expresiones de violencia como símiles? ¿Son las demandas de los trabajadores agropecuarios y de los simpatizantes de Trump igualmente de relevantes?
Si hablamos de violencia, usualmente nos toparemos con personas que repiten el discurso hegemónico y rechazan todo tipo de violencia. Para este punto de vista, la violencia de un esposo abusivo puede ser igualado a la violencia de un genocida porque en ambos casos existe un agente que comete deliberadamente actos de violencia física o psicológica contra otra persona o personas. No obstante, existen muchos casos de violencia de los cuales no podemos responsabilizar a una persona o a un grupo de personas en específico. Por ejemplo, las desigualadas económicas, el racismo, el sexismo, el cambio climático, etc. no son causados por una persona o grupo de personas que confabulan para cometer crimes contra la humanidad. Es aquí donde encontramos el lindero de la posición ideológica que repudia todo tipo de violencia, ya que su juicio se limita a denunciar la violencia física o psicológica causada por un sujeto que puede ser detenido y condenado.
En su libro “Sobre la violencia”, el filosofo esloveno, Slavoj Zizek, divide a la violencia entre dos categorías: subjetiva y objetiva. Como acabamos de ver, la violencia subjetiva es aquella perpetrada por un sujeto, un agente; mientras que la violencia objetiva, o también llamada violencia sistémica, forma parte del orden social que hace de esta invisible a la experiencia subjetiva de cada uno de nosotros. La violencia sistémica, como su nombre explícitamente indica, se revela en el comportamiento sistémico de una sociedad de la cual no existe un agente al cual podríamos inculpar.
Por consiguiente, los brotes de violencia que hemos observado durante estas semanas no deberían ser simplemente analizados como actos vandálicos cometidos por ciertas manzanas podridas. La violencia del paro agrario y del motín contra el congreso estadounidense son mejor entendidos cuando se analiza el sistema social que causa estas violentas acciones. Por ejemplo, la violencia económica de las agropecuarias y otras empresas hacia sus empleados son perpetuadas hasta que alguien violentamente demande justicia. Cualquier acción violenta, sea de la policía o de los protestantes, es predecible cuando se entiende el contexto sistémico en el cual esto ocurre. De la misma manera, la violencia de los simpatizantes de Trump se puede comprender más ampliamente visto sistémicamente como una reacción que desea perpetuar la violencia sistémica que supuestamente los beneficia como americanos.
Obviamente, aquí podemos distinguir los disturbios periféricos de los imperiales. Mientras que el paro agrario lucha contra la violencia sistémica del capitalismo global, la derecha extrema estadounidense lucha para mantener el sistema opresor que protege sus patéticos privilegios. Si la violencia reaccionaria de la derecha busca solidificar su poderío capitalista, neocolonial y neofascista, la violencia izquierdista busca la justicia atreves de destruir la violencia sistémica del capitalismo, del racismo, del patriarcado, y de cualquier otro sistema opresor. El filosofo alemán de origen judío, Walter Benjamin, define esta manifestación de justicia como “violencia divina”—el momento cuando las injusticias acumuladas simplemente explotan y una justicia más haya de la ley se manifiesta—. Para Benjamín la violencia divina es la expresión destructiva de la justicia que desea imponerse a la vida natural por el bienestar de los seres vivientes. En su libro, Zizek interpreta la violencia divina, no como una expresión mistifica de los cielos, sino como la impotencia de lo divino, la inevitable falla en el sistema, que impulsa al sujeto a sobrepasar la ley.
Si hay algo claro sobre el 2021 sera la predominante opresión de la violencia sistémica al momento de distribuir las vacunas sobre un mundo que padece una brutal pandemia. La pregunta ahora es, ¿o violencia sistémica o violencia divina?