¿Alguien dijo terruco?
Siempre cuando nos acercamos a las elecciones muchas voces histéricas emergen en la esfera pública para “terruquear” a lo desconocido. Es un rito electoral que cansa a muchos, pero no deja de repetirse ya que algunos oportunistas se aprovechan del miedo hacia lo desconocido. Saben muy bien que el miedo es un arma letal en la política, pero también que es el único poder que ellos conocen. Por ejemplo, Donald Trump, con su retórica xenófoba, clasista, racista y misógina, personifica al perro viejo del oportunismo que fomenta el pánico sobre lo desconocido para manipular a la gente. De la misma manera, en el Perú, el “turruqueo” promueve el terror en el publico hasta el punto de convertirse en lo que aborrece, ya que se vuelve una forma de terrorismo que imposibilita la libertad de pensamiento y la construcción de una comunidad que ame las diferencias.
Se podría decir que el “terruqueo” y otras estrategias políticas meramente emocionales son patéticas, dado que “pathos” significa emociones en griego. Sin embargo, para los antiguos griegos, el sentimentalismo en la retórica no tenía como objetivo causar miedo en la población. Al contrario, la tragedia griega conmovía al público para empatizar con quien sufre las desgracias de la vida. En la tragedia uno podía compartir el sufrimiento del otro y entender que la desventura es parte de la existencia. Pero solo es en el cristianismo cuando este sentimiento de empatía es puesto en práctica. En el cristianismo, el buen samaritano es quien tiene una obligación moral hacia los que viven en penuria; es quien sale a la calle a alimentar a los necesitados y hace todo lo posible para erradicar la pobreza. Irónicamente, en este aspecto práctico, los conservadores cristianos se asemejan más a los comunistas que a los capitalistas.
Lamentablemente, no existen conservadores cristianos en la derecha peruana, solo hay reaccionarios sin ideales. La política se ha degenerado hasta el punto de satanizar a los progresistas más moderados. Y no solo eso, este cáncer prolifera por toda la sociedad amedrentando nuestro juicio moral y nuestra habilidad de analizar el mundo. Lo peor de todo, es que los loros “terruqueadores” ni siquiera son conscientes de sus acciones. Repiten y repiten, pero nada realmente dicen. Solo palabras vacías sin sustento ni empatía.