Hay una temática que recure en la filosofía moderna, la de un placer que no tiene lugar en esta tierra, ya que es un placer que nunca se presenta en el mundo sensible. Siempre diferido, como si el presente no tuviera espacio para su manifestación. Sin embargo, más que ser un infinito coqueteo con lo absoluto, su exclusión es necesaria para la existencia—si la vida no quisiera ser oblitera por el infinito—. Para ser de algún modo concreto, ¿qué realidad subsistiría en el mundo si el placer absoluto satisficiera la necesidad de seguir viviendo? Vivir conlleva estar siempre insatisfecho—con un deseo infinitamente insaciable—que debe ser afirmado para liberarse de la destrucción absoluta.         

En la Critica del Juicio, Kant postula lo incomprensible del mundo—los fenómenos desmesurados que nuestra mente no puede comprender—como causa de un placer negativo. Para Kant el sentimiento (antiestético) de lo sublime es un displacer causado por la incapacidad de nuestra mente de comprender cierto fenómeno ilimitado que encuentra placer en la capacidad de aliviar dada impotencia cognitiva. Lo interesante en ese placer negativo es que el sujeto encuentro placer solo luego de resolver un displacer cognitivo, solo luego de someterse al dolor...

Freud, por su parte, describió este placer negativo como el principio de realidad. Para Freud el niño, en su proceso de madures, debe adecuarse a la realidad; no como una conformidad, sino como un principio que le permite posponer o sustituir ciertos deseos para “realmente obtenerlos” en el mundo. El lenguaje, por ejemplo, es una herramienta que todos utilizamos para concretar nuestros deseos en la realidad—en ese mundo donde otras personas interactúan con reglas en común—. Sin embargo, para la mayoría de nosotros, el lenguaje, como cualquier otra herramienta de este mundo, no es suficiente para satisfacer nuestros deseos. La vida en general es una mierda, diría Nietzsche, una mierda en donde deberíamos encontrar significado, ya que es en esa capacidad de resistir la mierda de este mundo donde encontramos la vocación moral de una persona que afirma el mundo y su volutad de poder.

De los abstracto a lo concreto solo hay una diferencia lingüística.

En estos momentos, cuando la pandemia ha atacado nuestro mundo cotidiano, cuando forzosamente hemos tenido que resistir desde nuestros hogares, es cuando podemos encontrar nuestra vocación moral por resistir las heces de este mundo. No como un masoquista que encuentra placer en el dolor, sino como una persona que afirma este mundo para poder resistir sus adversidades, concretar su deseo y seguir deseando. Lo contrario, lo antiético, es negar nuestro deseo de seguir deseando, de seguir viviendo, para encontrar un placer fraudulento que oblitere el mundo y todas sus necesidades. Por ende, tengamos en mente que la libertad esta en nuestras manos, en nuestra capacidad de seguir resistiendo (¡y demandando!) sin conformidad alguna.