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Contemplando Una Guerra Civil en Blanco y Negro

Dentro de esta otredad que nos define como peruanos, se encuentra una voz en busca de autonomía que, al igual que otras identidades periféricas, demanda un cambio sistémico para trascender todas las fronteras (nacionales, económicas, culturales, sexuales, semióticas, etc.) que ocultan lo surreal de lo real.

Publicado: 2020-06-05

El video de la muerte de George Floyd, por las manos de un oficial de policía en Minneapolis, ha creado toda una cadena de indignación e ira entre cualquier persona con suficiente empatía para reconocer una injusticia cuando es cometida. Ver como un policía blanco mantiene, por más de 8 minutos, soberbiamente su rodilla sobre la nuca de un hombre negro hasta asfixiarlo es realmente exasperante. Ni los gritos de ayuda, ni la imploración por un respiro, detuvieron a Derek Chauvin de cometer homicidio.  

Luego de ver este video muchos se preguntan por qué este policía en ningún momento tuvo el sentido común y humano de levantar su rodilla sabiendo que estaba siendo grabado, y que una persona podía morir en cámara si no lo dejaba respirar. Muchos especulan un cierto conflicto personal entre estas dos personas. Sin embargo, en el momento en que los celulares se prendieron y comenzaron a filmar, esto dejó de ser una interacción común entre policía y supuesto criminal. En aquel momento el policía, sabiendo que era filmado, se convirtió en el actor de una muy conocida tragedia en la cual un policía blanco mata injustamente a un ciudadano negro. Indudablemente, para el público esto fue otro incidente que muestra como la policía estadounidense se impone irresponsablemente a los ciudadanos que debería proteger; especialmente si estos son minorías cuya voz carece de poder.

Este juego de roles no es desconocido entre estadounidenses. Mientras los peruanos tenemos conciencia de clase, los estadounidenses ven al mundo en blanco y negro. Tal vez sea un caricaturesco reduccionismo declarar esto, cuando el pluralismo y multiculturalismo tratan de dar color a un mundo tan rígidamente binario. Aun así, las meta-narrativas son difíciles de romper en un mundo cuyos residuos de un esclavizante pasado retornan y se hacen presentes en las marcadas diferencias que un color de piel representa.

Es difícil trascender el binarismo racial cuando aún existen disparidades económicas entre razas; las cuales crean segregaciones geoespaciales dentro de la topología de una urbe. Por ende, el racismo se reproduce en las diversas instituciones socioeconómicas de una nación, y no se reduce a la proclividad ideológica de unos individuos. Lo cual nos hace reflexionar en lo inverosímil que es pensar que la meta-narrativa de un binarismo racial pueda ser pulverizada con la buena voluntad de unos individuos que poco interés tienen con cambiar el subyacente racismo sistémico de una nación. Es esta la razón de las múltiples protestas, en diferentes ciudades estadounidenses, que demandan un cambio radical de un sistema que reproduce la opresión de todo un grupo de personas cuyo único crimen es no haber nacido blanco. Razones suficientes para crear una multiplicidad de protestas que, dentro de sus facciones más violentas, han traído a una nación al borde del caos bajo una imposible demanda.

¿Es esto novedad? ¿Es lo presentando algo nunca antes indagado? El escritor escribe, mas no puede reconocer la mirada de su lector. Tal vez sea este el límite de algunos lectores, pero la literatura sin una perversa transgresión carece de toda vitalidad comunicativa. ¿No es esto lo que el ala irracional de las protestas quiere expresar—un mensaje trascendental? Indudablemente, detrás de cada acto de violencia hay un mensaje que los oídos más recalcitrantes no pueden reconocer si no es enunciando con brutalidad. Todo mensaje por enunciar siempre desea exceder la liminalidad de lo reconocido. La literatura no es muy diferente. Ciertamente es más refinada en su forma de expresar su transgresión, a través de una poética violencia que manipula la lengua a su propio gusto. Sin embrago, no todo mensaje transgrede lo aparentemente apodíctico. Solo la revelación en la conciencia de una idea reprimida puede causar un malestar que expresa la indomabilidad del ‘otro’ por ser definido dentro del vocablo ordinario. No es un secreto, ya que se siente en la piel, como la indiscreción de una verdad revelada es lo más violento que uno puede experimentar.

Seamos sinceros, dentro de la perspectiva peruana es difícil comprender lo que pasa en otro mundo. Pero lo que realmente es materia de reflexión es el reflejo del otro en nuestra realidad. ¿Acaso los peruanos están libres de un racismo trasnochado? ¿Acaso en el Perú no existe supremacismo blanco? Obviamente el racismo funciona de otra manera en la periferia. Es un racismo que reafirma una categoría racial que dudosamente uno mismo se ve incluido. El choleo de un peruano a otro peruano no es nada más que la exclusión de una cualidad inherente de la identidad peruana para mantener una pureza foránea. Es la violenta expresión de una impotencia por no ser lo que se debería ser... Un ideal creado tras siglos de colonización por una cultura europea que vive en ignorancia por la otredad de su periferia—de lo existente más allá de las fronteras de un mundo que nunca dejo de ser medieval. ¿Pero acaso los peruanos reconocen su fundamental otredad? Tal vez sea momento de dejar de ver al otro como poseedor de todo entendimiento, y buscar la verdad que yace en las contradicciones de la realidad peruana.

Si hurgamos dentro de la realidad peruana, comprenderemos que no somos ajenos a las demandas de los protestantes estadounidenses. Dentro de esta otredad que nos define como peruanos, se encuentra una voz en busca de autonomía que, al igual que otras identidades periféricas, demanda un cambio sistémico para trascender todas las fronteras (nacionales, económicas, culturales, sexuales, semióticas, etc.) que ocultan lo surreal de lo real.


Escrito por

Rizomático

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